miércoles, 26 de noviembre de 2008

Siete meses me tomó escribirte Raúl

93 años es un largo camino andando y finalmente tu cuerpo cansado nos dijo que ya no podía más.
Tantas fueron las misteriosas señales que entregaste antes de tu partida y nadie supo advertir a tiempo que era necesaria otra de aquellas reuniones familiares, la última.
Siento angustia, se que no me corresponde pero va más allá de lo que está bajo mi dominio. Viejo zorro, no pudiste ver a la familia unida, como tanto te gustaba, cuatro hijos, ocho nietos y un semillerío de bisnietos y aunque no los conociste a todos igual son tu sangre, pensar que sólo dos de ellos continuarán con tu legado, con “el apellido de la Familia” como diría El Padrino.

Todos te quisimos a nuestra manera, lo que a ti me unía era la pasión por el tango y el vino, con el tiempo y tu locura la conexión la proporcionaría mi hijo, ese al que le gustaba sacarte a pasear y te conversaba con sus palabras de niño de tres años, fue el único al que le tuviste paciencia, con tu cariño hacia el compensaste todo lo que nos hizo falta a los Vargas Troncoso cuando éramos niños. Nunca fuimos tus favoritos, pero fuimos tus cercanos.
La familia se quedó sin su patriarca, quien nos dejó con palabras pendientes, hasta la muerte se puso celosa de tus hijos y no les permitió despedirse. Tantas cosas pendientes, palabras de amor en un momento de lucidez, perdones, simples despedidas, ciclos que no se cerraron.
Me dejaste – fuera de todos los gratos recuerdos – la imagen de tu cuerpo en la cama, como durmiendo, en mi vida había visto tal palidez y con el correr de las horas más me daba cuenta que ya no eras tu, que no tenías el color aquel con el cual te conocí. La tranquilidad de tu estadía en ese lecho, no queriendo aceptar que estabas del brazo de la muerte, pude asegurar que – para mis ojos – aún respirabas.
Te toqué las manos tantas veces para asegurarme y el hielo indescriptible caló mis huesos. Fui la última mujer de esa habitación que te besó, mis labios tibios quisieron calentar tu frente, pero tu piel ya estaba dura.
Abuelo, choquito, te lloré, lo sigo haciendo a diario la pena me embarga, por lo que no hice, lo que no dije y lo que dije mal.
Hombre nortino con tu terno azul, minero, técnico metalúrgico, mueblista, abuelo. Caminaste sin padre 93 años, 30 de ellos los compartiste conmigo, el hombre de la fiesta interminable, del chiste en doble sentido, ni las empleadas se te escapaban,, fumando puro, el viejo loco que quería pasear por la calle a plena luz y sin ropa.
Te cansaste de la vida de mierda que últimamente llevabas, de los pañales, las papillas y las cortas horas de sueño. Te cansaste de atormentar a mi abuela, te cansaste de no poder recordar tu pasado y cuando lo lograbas lo volvías a olvidar.
Tal como llegaste te fuiste, sin palabras, sin tu amada, sin sentido, sin memoria, sin ganas de querer despertar.

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